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¿El delincuente nace o se hace?

Introducción

     La pedagogía familiar en su función de educar para la vida, juega un papel preponderante en la estructuración del futuro ser social, en las que se involucran las áreas: biológica, psicológica, social, cultural y espiritual, para la adquisición de modelos  adaptativos orientados a la convivencia colectiva.

Sin embargo, en la actualidad, es muy frecuente encontrar que muchos de los trastornos de aprendizaje y de conducta, que se presentan en los niños y los adolescentes, tienen su origen en alteraciones y disfunciones de carácter familiar, implícitos en la precariedad pedagógica dentro de la misma, que se manifiestan y repercuten irremisiblemente  en conductas desorganizadas y trasgresoras de difícil manejo dentro del hogar y la escuela, que en la medida en que se acentúan, se transforman en pautas de conducta de irrupción delictiva.

Para dar respuesta a nuestra pregunta inicial ¿el delincuente nace o se hace? cabe hacer mención que desde tiempos muy remotos la familia fungió como influencia natural y espontánea para respaldar el desarrollo cultural de los pueblos, sobre la base de sus tradiciones de convivencia colectiva, lo cual condujo a la regularización de las normas y pautas de conducta para organizar el desenvolvimiento de los individuos dentro de su grupo social, siempre a la par con su propia cultura.

Con el transcurrir del tiempo, la evolución de los pueblos dio surgimiento a la mitología y privilegió el significado de la existencia, que legó a través de los mitos y los ritos, dando lugar al principio de orden universal en el que se inscribe el símbolo de la prohibición.

A este respecto, el surgimiento de las religiones primitivas, trajo consigo la conjugación alegórica de “omnipotencia divina” que representa el mágico anhelo de inmortalidad, inmunidad, sabiduría y perfección, en contraposición con los componentes más originarios y viscerales de la condición humana, como son las pasiones que impulsan la envidia, el odio, los celos, la venganza y la traición, que de un modo u otro, llevaron al establecimiento de las representaciones culturales del bien y del mal y que dieron cabida a la lucha existencial entre el querer y el deber, nutrido por las identificaciones con los padres, sus sustitutos y las normas basadas en los ideales colectivos en los que se gesta el surgimiento de la moral y el proceder ético, y que a lo largo de la historia de la humanidad han representado la utópica esperanza de armonía y paz universal.

Hoy en día, una panorámica recurrente de la condición humana, nos va dejando ver un proceso de deterioro en el ámbito de la interacción social, en el que desafortunadamente destaca con mayor frecuencia la población juvenil y en ocasiones infantil y cuyo precedente está en relación directa con la precariedad pedagógica dentro de la familia, que más que ausente, en la mayoría de las veces  es “incierta”, que nos muestra un detrimento de la ley tanto explícita como internalizada y que se manifiesta por medio de una falta de límites y trasgresiones en el más amplio sentido de la palabra.

Cabe aclarar, que dicha precariedad pedagógica dentro de la familia se origina en la deficiente habilidad de los padres para educar a los hijos, que se manifiesta por medio de una forma frecuente de apatía y abandono involucrados en la falta de supervisión y  mecanismos de crianza inadecuados, y que reflejan el rechazo para resolver las necesidades afectivas inherentes al desarrollo de los niños.

Dado que educar a un niño, implica enseñarle a educar, es muy importante considerar que si se le trasmiten valores morales, aprenderá a trasmitir valores morales; si se le insulta, aprenderá a insultar; si se le ridiculiza, aprenderá a ridiculizar; y a todo lo anterior hay que añadir que las prácticas inapropiadas de disciplina dentro de la familia, que implican humillación y ataque a la autoestima, ocasionan que el niño desarrolle patrones de inadaptabilidad social, razón por la cual,  los efectos de los castigos corporales, como vía de supresión de comportamientos indeseables y su repercusión en el comportamiento posterior conlleva a efectos colaterales de carácter adverso con incremento de la agresividad dentro del hogar y por ende en la escuela, así como una variedad de desórdenes conductuales y psicológicos de: ansiedad, depresión, aislamiento, impulsividad, delincuencia y abuso de sustancias psicoactivas.

Por todo lo anterior, habremos de considerar que el precursor temprano y más importante de agresión es la disciplina punitiva y errática de los padres por medio de actitudes severas hacia sus hijos durante la infancia y la niñez,  así como, la pobre supervisión parental y/o la incertidumbre que genera la desintegración familiar.

Condiciones en las cuales, sobre la base de la argumentación anterior, daremos respuesta a nuestra pregunta inicial ¿el delincuente nace o se hace? a lo cual, con toda certeza podemos responder:  Cuando se frustran las necesidades vitales del niño, debido a que el adulto abusa de él por motivos egoístas, le pega,  lo castiga, lo maltrata, manipula, desatiende o engaña, la integridad del niño sufrirá un daño irreparable y le conducirán a “acciones destructivas contra otros”, como el comportamiento criminal o los asesinatos masivos, o “contra sí mismo” por medio de poliadicciones, prostitución, desórdenes psíquicos y en última instancia el suicidio.

Desde este punto de vista,  la luz sobre el conocimiento y la razón lógica, han permitido conocer los efectos de las experiencias traumáticas de la niñez, sobre el comportamiento absurdo y el proceder delictuoso, por lo tanto, será solamente el aumento de nuestra sensibilidad sobre la crueldad con los niños y sus repercusiones sociales, lo que nos posibilitará acabar con la violencia trasmitida de una generación a otra, es decir, con la génesis de la delincuencia.

Sustento Bibliográfico:

Castro de Restrepo, Cristina en Silva Rodríguez, Arturo (2003). Conducta antisocial: un enfoque psicológico. México: Pax.

Durkheim, Émile (2004). Educación y sociología. México: Colofón.

Finkelhor, David (1999). Abuso sexual al menor. México: Pax.

Fromm, Erich (2002). Anatomía de la destructividad humana. México: Siglo XXI.

Miller, Alice (1992). Por tu propio bien. Barcelona: TusQuets editores.

Touraine, Alain (2003). ¿Podremos vivir juntos? México: Fondo de Cultura Económica.

¿El delincuente nace o se hace? México: CEAAMER, [200?]. p. varía

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